Mayo 2025
Cada vez es más habitual ver cómo nuestros perros comparten espacios, rutinas e incluso hábitos propios de los humanos. Duermen en la cama, comen como nosotros, llevan ropa, tienen perfume, e incluso se habla de ellos como si fueran “hijos”. Esta tendencia, conocida como humanización del perro, puede parecer una muestra de amor, pero… ¿realmente les beneficia?
Entender a un perro como un miembro más de la familia no es ningún problema, al contrario: es positivo que lo cuidemos, lo respetemos y le ofrezcamos una vida digna. Pero no debemos olvidar algo esencial: los perros no son personas. Son animales con una naturaleza, un lenguaje y unas necesidades propias. Cuando proyectamos sobre ellos emociones, costumbres o comportamientos humanos, podemos generarles confusión, frustración o estrés.
Por ejemplo, puede que a nosotros nos parezca adorable ponerle un jersey o unas botas, pero el perro puede sentirse incómodo. O creemos que nos entiende cuando le hablamos largo y tendido, pero para él el lenguaje corporal y el tono de voz son mucho más claros que las palabras.
En Tecacan defendemos una relación basada en el respeto y la comprensión mutua, no en la antropomorfización. Humanizar a un perro puede derivar en problemas de comportamiento, dependencia excesiva, ansiedad o incluso agresividad. En cambio, tratarlo como lo que es —un perro— nos permite establecer un vínculo sano, fuerte y equilibrado.
Esto no significa querer menos, sino querer mejor. Ofrecerle lo que realmente necesita: ejercicio físico diario, contacto social con otros perros, límites claros, juegos que estimulen su mente y un entorno estable. También significa saber decir “no” cuando hace falta, poner normas y ofrecerle espacios donde pueda ser perro, con todo lo que eso implica.
Querer bien es entender qué necesita para ser feliz, no solo lo que a nosotros nos gustaría.
La clave está en el equilibrio: afecto sí, pero con criterio y conocimiento.
